Este año, como me he hecho mayor, empecé una nueva vida. Abondoné el campo en el que me crié para pisar el duro asfalto de la ciudad. Estar un lugar que no conocía, vivir rodeado desconocidos, estudiar cosas que ignoraba. Mientras viajaba en el autobús hacia Salamanca, creo que comprendí cómo se sentía Chihiro al viajar en el tren de medio trayecto. Nada más salir de la ajetreada estación, esa llave estaba ahí, delante de mis narices, aunque al principio no podía creerlo.
Y luego dicen que el dinero no da la felicidad. Y encima es de plata.
La llave de la felicidad es así:
Menos mal que Quino sí que sabe dónde está.



