lunes, 21 de abril de 2008

Historias de autobús...

Este cuento lo escribimos ayer en el autobús de vuelta de Valencia entre Lucía (apropiado nombre), Alejandro Lumbreras (idem) y yo (es que mi nombre no es apropiado). Hicimos cada uno un trozo, sin comunicarnos entre nosotros, y este fue el resultado (está bien, no lo digo por si a alguien le apetece adivinar quién escribió qué). Por cierto, llegamos a la conclusión de que tiene estructura de embudo, como las coplas de Manrique.
ESTELA

Se alejaba. Se moría lentamente. Mirando al horizonte (si es que tal cosa existe) consiguió intuir su forma cambiante en la lejanía. Parecía distinta, extraña, como si no fuera la misma que hace tan poco estaba junto a él. Como si el tiempo, o tal vez la distancia (o tal vez ambos: no se podía realizar un adecuado control de las variables) diluyeran su verdadero ser y lo modificaran.

Dejó de mirar atrás. Miró al frente.

Todo era confuso y sin puntos de referencia, aunque no hubiera sabido decir qué era todo. ¿Y? Así nunca moriría, era la angustia de lo ingrávido. Y lo comprendió: una putada. Esa mirada a lo desconocido, como con inocencia, la inocencia de los que han olvidado todo o todavía no tienen algo que olvidar, lo decidió todo.

– ¡No!

Rompió los espejos enfrentados, y supo que esa reminiscencia seguiría ahí, una estela a la que podría recurrir, pero en ese momento importaba más el vacío por llenar.

Cerró los ojos muy fuerte, esperó, viendo los trocitos de cristal roto a su alrededor, y los abrió muy poco a poco.

Oscuras gotas de sangre caliente se deslizaban perezosas a lo largo de lo que quedaba de cristal, e inconscientemente le recordaron a sí mismo: moviéndose entre dos paredes, la indecisión y el miedo, cada vez más cercanas entre sí a medida que se cernían sobre él impidiéndole respirar. Y también esas gotas, esos seres aparentemente inertes que pasaban por la fría superficie por un solo instante dejaban sus propias estelas; llegadas al abismo, una tras otra caían para dejar de formar parte de la homogeneidad del espejo roto. ¿Y acaso podía luchar él contra esa inercia que le empujaba hacia lo que nunca había visto? ¿Era tan distinto de ellas?

Caería por el cristal, sí, lo sabía. Pero sobre él quedaría algo, una marca, una mancha, una estela.

Lo colorearía.

5 comentarios:

Asylum dijo...

Hola!! (por cierto, soy Lucía xD)

Es verdad! queda bien mi nombre con lo de "Cuentos de luciérnagas"... ¿o tú no lo decías por eso? Bueno, de todas formas, yo lo he interpretado así! jajajaja

en fin, voy a cogerlo para publicarlo en la primera entrada de mi blog (a ver qué hago de él... no prometo nada demasiado coherente!)

Pues nada, ya no me enrollo más, que menuda parrafada de comentario te he plantado jeje y tendrás que acostumbrarte, porque pienso seguir pasando por aquí!

Bss!
Bye!

Khris dijo...

¡Eres buena, sí que era por eso! De repente me han entrado ganas de ir al recital ese.

Quiero acostumbrarme a eso de una vez, que si no fuera por Eloradana...

Thanx!

EloraDana dijo...

Hala! pues ahora no te comento!

Asylum dijo...

Eduuu no fuiste al recitaaal!!!

jo, con lo bien que estuvo... (fíjate que era un recital de poesía y cuando terminó ninguno nos podíamos creer que ya fueran las doce de la noche...O.O)

Ajos* te vamos a cuando nos veamos! XD XD!!

Jajajajaja venga que estudies mucho!
Besos!!

*Y no me vayas a decir que en realidad a los vampiros los ajos no les molestan, porque no cuela!
:P :P :P


(se nota que me aburro, verdad?)

Asylum dijo...

** Nota: quería decir "ajos te vamos a dar cuando nos veamos"; es que no ha salido el "dar", jeje