sábado, 10 de mayo de 2008

Mientras corre, las sombras de las calles empiezan a alargarse. Todo está desierto. No consigue perder al loco, que avanza entre esas sombras, confundiéndose con ellas, pero al fin llega a donde está el barquero. Le grita que no tiene dinero pero que si no la deja pasar un loco la matará.

– Yo no te voy a cruzar.

– ¡Quiero vivir, me oye, vivir mi vida! ¡Si he venido desde el otro lado fue porque reuní las suficientes fuerzas para ser libre, y ahora decido que seré responsable y que no dejaré que mi libertad me mate, por mucho que me pese! Esa sombra loca es mi pasado, pero yo le demostraré que soy lo suficientemente fuerte para ser libre aunque me duela. Necesito una barca para volver, ¿me oye?. Vine a este lado pensando que así me desahogaría y todo sería mejor de una vez, pero aún no decidí quedarme. No. ¡Crúceme en la barca!

– Yo no remaré. Tendrás que hacerlo tú.

Helena jamás ha remado, eso está claro. Haber venido hasta aquí había sido fácil, pero regresar sería muy duro. No tiene ni idea de cómo se hace. Tendría que aprender sobre la marcha o morir. Sabe que el sol está cayendo a sus espaldas, tras los tejados de las casas; una de ellas es la de su recién estrenado amante. Queda un metro escaso para que las sombras lleguen al río.

Asiente. Salta a la barca (casi se cae al agua) y empieza a mover los remos en el canal como creía haber visto hacer al barquero al venir, pero en realidad parece que está preparando una sopa. “¡No sé cómo se hace!” le dice al barquero. Pero él se ha sentado sobre la popa, con los ojos cerrados y en silencio.

Desesperada, saca un remo y empuja contra la pared de piedra del canal con él. Se separan de la orilla un poco, el remo ya no llega a la pared, y el loco, entre las sombras, se queda en la orilla, con la vista fija en la barca, en Helena, espectante.

Helena se sienta y empieza a mover el agua con el remo que tiene en la mano. Avanzan un poco más, pero pronto la barca empieza a girar. Desesperada, suelta ese remo y coge el del lado opuesto, todavía enganchado a la barca, y rema con él. Ve con alegría cómo la barca se estabiliza, pero algo la saca de su dicha: el loco ha saltado al agua. Si al menos se hubiese hundido (y con algo de suerte la corriente se lo hubiera llevado) Helena no estaría tan aterrada como ahora, pues el loco se mantenía de pie sobre el agua, como flotando. Se acercó a ellos. Cuando estaba a un par de metros de distancia algo le impidió seguir, porque se retuvo y esperó, como había hecho en la orilla. Helena aún no podía verle la cara.

No podía hacer otra cosa que seguir remando. Era un esfuerzo titánico, como nunca había hecho, los brazos, las piernas, todo dolía, y a punto estuvo de dejarlo y entregarse al loco. Parecía que el peso de la barca aumentaba cuanto más se acercaba el loco.

La mitad del trayecto estaba recorrida y cada vez costaba más mover el remo en el agua. En poco tiempo el sol se habría metido y el loco la alcanzaría, pues era una sombra, y las sombras sólo pueden avanzar en la luz; por eso antes se había tenido que esperar. Solamente quedaba una rendija del astro tras los tejados.

Y, por fin, Helena llegó al otro lado. Dio un salto para salir del río.

– ¿No crees que te deja algo? –la advirtió el barquero.

Pero Helena no le escuchó. Corrió para llegar a su casa, mojada de sudor y de agua. Se cayó al suelo. La causa no fue una piedra traicionera, sino un repentino y terrible dolor en los pies. Miró atrás.

El barquero y su barca habían desaparecido, increíble para los pocos segundos que les había vuelto la vista. Esó sí, ahí estaba el loco, al lado de la orilla, hundiéndose poco a poco en el agua.

Cada vez le dolía a Helena más y más el cuerpo. “¡¡¡No!!!”. El chillido resonó por toda la calle, cruzó el río, la segunda a la derecha, todo de frente y después la primera a la izquierda, la casa en frente de la alfarería, se coló por debajo de la puerta subió las escaleras, entró por la puerta entreabierta del dormitorio y llegó a los oídos del amante: “¡¡¡No!!!”.

Mientras tanto, Helena se había estado arrastrando hacia la orilla. Sus piernas ya no las sentía a causa del dolor, que se había extendido por todo el cuerpo. El loco estaba chapoteando con las manos, intentando no hundirse. Con todas sus fuerzas, Helena tiró de él. Sólo tuvo tiempo para verle la cara: era su cara, él era ella misma, era Helena. No pudo comprobar esto del todo porque en cuanto salió del río desapareció.

Helena se quedó quieta, empapada, y lloró.

No puedo callarme que está inspirado en
Cuentos de Terramar, de Úrsula K. le Guin

6 comentarios:

EloraDana dijo...

Ursula! ¿Has leído "El cumpleaños del mundo y otros cuentos"?

Khris dijo...

No. Sólo los 2 primeros de Terramar. En un mes o así me pondré con lo demás y mucho más.

Khris dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Asylum dijo...

Ah que bueno! No había leído nada de esa mujer... igual busco algo por curiosidad...

Por cierto! **

**(Cosa que no tiene nada que ver)

Te he visto esta mañana en Hontanares tocando tu magnífico bombardino!!!:P :P jajajaja pero no me ha dado tiempo a saludarte, xk me he despistado un momento y ya os he perdido...cachis! xD

En fin... voy a ver si escribo algo yo en mi blog...

Bye!!

Nadya dijo...

me ha encantadoooooooo!!
creo que yo también buscaré por ahí
nos vemos por arenas!!
besiitos

Khris dijo...

¿Buscar qué?

Hay que leer una entrada anterior a esta (que escribí hace bastante) para enterarse bien del relato este, porque este es como una continuación (17 de marzo de 2008).